El 7 de julio del 2014 marcó mi vida, ese día tuve la oportunidad de compartir las últimas horas de Dukey un hermoso labrador chocolate, él y su familia vivían en un edificio de apartamentos en el estado de Pensilvania en Estados Unidos, el lugar era grande, decorado de una manera rústica, la madera abundaba allí, habían cuadros en las paredes, la cama de Dukey estaba ubicada junto al sofá en plena sala, era un día de verano el sol brillaba en lo alto de un cielo azul sin el menor asomo de nubes, sin embargo el ambiente era tenso se respiraba tristeza y melancolía todos los miembros de la familia estaban presentes para darle el último adiós a su fiel amigo, no querían perderse un solo minuto de este trágico día que marcaría sus vidas para siempre. Dukey tenía siete años al momento de conocerlo, pude notar que le faltaba su pata delantera derecha, su pelaje era marrón oscuro y sus ojos color miel, su mirada reflejaba una sensación de cansancio y melancolía, permanecía acostado en su cama viendo pasar los días junto a la familia que solo sabía darle amor.
La tragedia de este labrador comienza hace tres años cuando Dukey fue diagnosticado con osterosarcoma, un cáncer en los huesos que le produjo fuertes dolores y dificultad al moverse, esto lo llevó a su primera visita al quirófano, en donde extrajeron el primer tumor de la zona afectada que comprendía desde su lomo hasta su pata derecha; sin embargo el tumor se reprodujo y tuvo que ser intervenido nuevamente, pero la enfermedad resultó ser más fuerte que la medicina y terminó invadiendo su pata, lo que generó un acontecimiento terrible: una amputación.
A pesar de solo tener tres patas, Dukey seguía siendo un perro alegre, solo que ahora todo lo hacía más lento, solía disfrutar de sus salidas al parque que queda frente al edificio de apartamentos donde vivía, le encantaba jugar correteando las aves y disfrutar como nadie del agua. Pero todas las cirugías y los tratamientos para mejorar su calidad de vida no fueron suficientes, un año después su familia recibió la desgarradora noticia, fue como un golpe en el estómago comenta Jordan, un nuevo tumor atentaba contra él, los dolores físicos cada día se hacían más insoportables para Dukey, sus ojos expresaban todo el dolor que un ser humano podría comunicar con palabras, sus constantes gemidos eran la voz de la agonía, esta situación partía el corazón de su dueña en mil pedazos quien veía con angustia e impotencia el sufrimiento de su amigo, Jordan no encontraba explicación para que su fiel y amado compañero tuviera que experimentar de nuevo semejante pena.
Era el momento de dejarlo partir, de detener su pena, y dejarlo descansar en paz, Su misión en la tierra había finalizado, ¿pero como dejarlo ir sin darle el mejor día de su vida? ¿Cuáles eran sus lugares preferidos y sus comidas favoritas? fueron algunas de las preguntas que se hizo su ama, y por esta razón fui invitada a fotografiar esta experiencia de la cual jamás pensé ser testigo, tanto amor por su animalito me llenó de una energía inexplicable.
Teniendo en cuenta que el día decisivo se encontraba cada vez más cerca Jordan se sintió en la obligación de complacer a su compañero, en esos momentos sentía como si fuera el hijo que nunca tuve, dice la dueña; por lo tanto lo llevamos a uno de sus sitios preferidos, el parque de agua, un lugar de aproximadamente 100 metros cuadrados situado a 45 minutos del edificio de apartamentos, allí Dukey disfrutó mordiendo los incontables chorros de agua que salían del piso y se dirigían al aire formando arcos transparentes que se veían interrumpidos por los mordiscos del peludo enfermo, así mismo se revolcaba entre el enorme espejo de agua estaba bajo sus tres patas y su caminado irregular.
Después llegó la hora del banquete, decidió darle el mejor premio que cualquier perro e incluso humano se pueda imaginar, una docena de hamburguesas de McDonald?s, suena descabellado para la comida de un perro, pero como no dejarlo disfrutarlas si era su última cena, sus ojos casi se le salen de las órbitas al ver que semejante manjar era solo para él, tanto que casi no consigue tener la calma suficiente para saborear tan exquisito plato.
Aquella tarde de verano inolvidable iba llegando a su fin, lo supimos cuando sonó el timbre y llegaron la veterinaria y su ayudante vestidas de azul con una caja similar a la de las herramientas de mi papá, Jordan decidió que el procedimiento se realizaría en el lugar más significativo para Dukey, es decir, el parque que se encontraba frente al edificio de apartamentos en el estado de Pensilvania Estados Unidos.
Bajamos en el ascensor, Jordan se notaba tensa y decaída, se abrazaba a su amigo, a quien en estos momentos ya consideraba un hermano o hijo, el camino por el corredor se hizo eterno, pero de cierta manera era un viaje hacia la luz, hacia el descanso y la dolorosa realidad.
Después de su día de aventuras llegó el momento de darle su último beso, su última caricia, con lagrimas en los ojos todos los que la acompañábamos nos acercamos para que Jordan y Dukey no se sintieran solos, la eutanasia fue su única salvación, se lo llevó en un suspiro que apagó su mirada para siempre, su ama después de un extenso abrazo miró el cuerpo sin vida, dejó caer un par de lágrimas y se marchó de nuevo a su hogar lleno de recuerdos.
Manuela Corrales Cano
Liceo Taller San Miguel
Grado 9A.
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